Una temporada en el inframundo. Notas para combatir el cognicidio femenino

Por Violeta Orozco

“En México, las que destacan, son fácilmente sepultadas.”

Elena Poniatowska

Y aún las que no destacan. Hay muchas maneras de eliminar a una mujer. Una es colocarla en un lugar en donde ni los cuerpos ni las mentes de las mujeres valen. Decir que no valen mucho es un eufemismo. Parece que no valen nada. En el Estado de México, es fácil que las voces (y los cuerpos) de las mujeres sean anuladas. Sale gratis, es una práctica social altamente aceptada y recompensada, y no tiene repercusiones judiciales o legales. Así cualquiera. Si bien entiendo, vivimos en un país laico y abierto a la crítica, sobre todo en lo que respecta nuestra máxima casa de estudios, el semillero de las mentes más contestatarias y disidentes de México, la UNAM, que afortunadamente tiene sedes hasta en las zonas más marginadas de la ciudadanía de México y su zona metropolitana. Un santuario.

En la FES Acatlán, en Naucalpan, Estado de México, en donde estudié la carrera de filosofía, era una costumbre casi automática, profundamente tradicional y arraigada de algunos de los profesores de la carrera decir que no había mexicanos filósofos. Supongo que los que lo decían no se veían a ellos como filósofos (¿y entonces qué autoridad tenían para decirlo?). Pero quizá no lo decían para desanimarnos a los alumnos, sino al contrario, para prevenirnos, por si se nos ocurría de causalidad articular una crítica sólida y bien configurada de las condiciones de producción de nuestro discurso en una zona tan marginada como Naucalpan, Edomex, por si no saben; porque entiéndase que los grandes discursos se producen en la metrópoli, entiéndase Ciudad Universitaria aunque Ciudad Universitaria probablemente tenía los ojos puestos en una metrópoli con mayor autoridad intelectual aún que la suya (espero equivocarme ), y porque a quién le va a interesar hacer filosofía de marginados. Los marginados, según se deducía de la pedagogía clasista y elitista de la FES, al parecer no merecían tener espacios de expresión ni de representación, ni siquiera pensarse a ellos mismos. Abajo los pobres, que están condenados a no existir ni en la imaginación. Y aún más abajo las mujeres de los lugares pobres y marginados, pues no habrá justicia para ellas. Por si eso fuera poco, este discurso era muy popular en mi facultad, que pertenecía a una de las mejores universidades de América Latina. Imagínense las otras.

El caso de tratar de prohibir el pensamiento autónomo es ya de por si cruel cuando se trata de los hombres, pero es aún más extremo y surrealista cuando se trata de mujeres, que de por sí siempre andan pidiendo permiso para pensar (y para hablar y para existir). Ahora esta censura se vuelve mucho más peligrosa al comunicarse a las alumnas de Naucalpan, que forman parte de una estadística macabra de violaciones, secuestros y feminicidios en una de las partes más violentas del Estado de México, que es de hecho el estado con más feminicidios en todo el territorio mexicano. Imagínense la irresponsabilidad de un profesor de la UNAM que le dice a las alumnas que no se atrevan a pensar, ni a hablar, ni a andar divulgando lo que les sucede. A ver, váyanle a contar eso a la chica de la FES Acatlán que la violaron en agosto de 2016, en plena calle, a plena luz del día y con todos viéndola sin ayudarla. Vayan a decirle que otra realidad, una realidad en donde la agredan no es posible. Ya me imagino a sus profesores conservadores diciéndole que su situación particular no es de interés para nadie, que su problema a nadie le importa y que no es digno de ser pensando, es imposible de ser resuelto y ni siquiera existe porque todos se hacen de la vista gorda, empezando por el gobierno y terminando por las autoridades de la universidad. No se nos olvide que lo que no se nombra, lo que no se quiere admitir al pensamiento, lo que no se habla, es como si no existiera.

Tal vez las cosas ya estén cambiando ahora, pero en el campus al que me refiero, al menos en los cuatro años que estuve, no se tocaban temas tan escabrosos. Sólo en mi clase de Epistemología y Seminario de Marx con la sapientísima Dra. Rivadeo, alumna del ilustre Adolfo Sánchez Vázquez, exprofesora también de la Facultad de Filosofía y Letras, se discutían los problemas nacionales a la luz de lo aprendido. Su clase constituía una defensa absoluta de la libertad que sólo podía provenir de la valerosa exiliada de una dictadura, una tan sanguinaria y enemiga de los intelectuales como lo había sido la de Videla en Argentina. Era ella quien con su valentía intelectual y su lucidez descomunal nos instaba, nos provocaba a pensar sobre nuestra propia realidad social, y a dejar del lado el miedo a elaborar un discurso contestatario. Vaya reto. A nadie le gusta meterse en problemas, y menos si a uno lo castigan con calificaciones antes de titularse, o no lo dejan titularse. Pero ella era asombrosamente incorruptible, aún en una escuela priista, y su compromiso intelectual y político dejó huella en los pocos a quienes los otros no nos quitaron ahí las ganas de pensar. Por algo, Ana María Rivadeo fue la filósofa que mayor legado dejó en la FES Acatlán, en una época y en una zona en donde el marxismo estaba totalmente neutralizado y desacreditado y la epistemología se utilizaba para analizar cosas menos aterradoras que el cognicidio (que explicaré más adelante) y el feminicidio. Porque si lo que la mayoría de los profesores trataban era anular las capacidades críticas de sus alumnos, no les iban a andar diciendo lo que les habían hecho. Claro que no todos eran así. Muchos otros iban a contracorriente, predicando como Martin Luther King, los métodos pacifistas en una universidad profundamente violenta. Estaba por supuesto el maravilloso Óscar de la Borbolla que a los escritores emergentes nos invitaba a sus miércoles literarios y confesaba sin pudor que para él la filosofía no era más que otro género literario. También había un profesor muy querido, el Dr. Ángel Alonso, que con un aire calmado nos presentaba a Beauvoir como filósofa, y no simplemente una escritora, una feminista o la pareja de Sartre.

Ahora bien, sé que lo que digo acerca de mi profesora es polémico porque lo primero que me van a pedir es que les explique cómo es posible que una mujer sea filósofa, y luego tratándose de una mujer mexicana, la dificultad para concebir la posibilidad de su existencia es doble, si es que ustedes piensan como la mayoría de mis exprofesores. Yo sé que la figura de una mujer pensante es muy incómoda, sobre todo en un estado en donde las mujeres son carne de cañón, material para la trata o la pornografía, meros cuerpos desechables y violables que se avientan al Río de los Remedios que se encuentra enfrente de la Universidad, una fosa clandestina más en nuestro país. Si no conocen la historia, que en su tiempo fue noticia nacional e internacional, la historia completa la cuenta la periodista Lydette Carrión en su extraordinario y doloroso libro “La fosa de agua”. Imagínense, si a la osada Rita Segato -la filósofa feminista argentina famosísima que propuso la primera explicación teórica y bien articulada de los feminicidios de las mujeres en Cd. Juárez, Chihuahua – la amenazaron y lograron amedrentar cuando fue a visitar Juárez para mostrarles a los locales por qué es que estaban matando a tantas mujeres en su territorio, ¿a quién le van a quedar ganas de visitar mi querido Edomex para hablar de violencia de género?

Tristemente, las mujeres incómodas no son solamente las mujeres pensadoras, sino simplemente las mujeres. Sobre todo, en el Estado de México, en donde ya no se sabe qué hacer con ellas, con sus cuerpos jóvenes, con sus cuerpos viejos, con sus cuerpos en descomposición que ya no caben en los terrenos baldíos, en la fosa común del Río de los Remedios y en tantas otras fosas y morideros en Ecatepec, en Toluca, en Cuautitlán, en Atizapán, en Chimalhuacán, en Chalco. No se sabe qué hacer con ellas más allá de la violencia y la anulación física e intelectual.

De hecho, uno de los crímenes más atroces de la humanidad, (y eso que hay muchos) es el cognicidio, la anulación de las capacidades reflexivas y cognitivas de un ser humano, es decir, el crimen de despojar a alguien de su propia y natural capacidad de pensar. Tratándose de las mujeres, el cognicidio se ha naturalizado tanto que ni siquiera se ve mal, sino todo lo contrario. Esto, lamentablemente, no solo pasa en Edomex. En las parejas hay una práctica muy común conocida como gaslighting que consiste en que el elemento que tiene más poder (en las parejas heterosexuales este generalmente es el varón) le hace pensar a su pareja que está loca; que se equivoca en todo lo que dice y todo lo que piensa, que sus percepciones están mal y que por lo tanto debe hacerle caso a él porque él sabe lo que es mejor para ella. Lo peor de todo es que ella acaba haciéndole caso a su dominador cognicida, porque acaba creyendo que en efecto, él la conoce a ella mejor que ella misma. Así o más descabellado. Es por esto que las mujeres debemos priorizar la construcción de nuestras propias herramientas de conocimiento, al menos para que no nos manipulen ni decidan por nosotras, y seamos, por lo menos, más difíciles de matar. Olviden las pretensiones filosóficas, nuestra sobrevivencia misma está en juego: y sólo nuestro pensamiento, no nuestra ignorancia, es capaz de protegernos.

Otra estrategia utilizada para derrotar al enemigo o burlar al depredador es inducir en él la ignorancia, es decir, verle la cara. No informarle acerca de las cosas que debe saber sino de las cosas que queremos que sepa, aunque no sean verdaderas, y evitar a toda costa que se entere. En pocas palabras, desinformarle, mentirle, atolondrarle y engañarle. Así nos aseguramos de dominarlo, manipularlo, despojarlo, explotarlo y devorarlo, (si es que estos procedimientos les suenan vagamente familiares al cambiar la “o” por “a”). El científico Marcelino Cereijido estudia este comportamiento al nivel de organismos biológicos que logran vivir de otros a través de la trampa y el engaño, como los parásitos, y ve algo similar ocurrir al nivel de sociedades e individuos. A nivel del microcosmos académico, varios de mis profesores de filosofía evitaban misteriosamente los temas de feminismo o la perspectiva de género aplicada a cualquier cosa para ocultarnos a las mujeres estudiantes las herramientas que nos permitieran generar una interpretación autónoma de nuestra propia realidad (femenina fregada), y una crítica y una praxis que nos ayudarán a transformarla, y que de paso, nos permitieran empezar a generar nuestras propias propuestas. Parecía como si les tuvieran miedo, un miedo de ser criticados que era totalmente contradictorio con su legendario amor al conocimiento.

Aunque bueno, también es posible que muchos de ellos no conocieran esas herramientas cognitivas, o tuvieran miedo de usarlas, o sentían que no venían al caso, y que muchos desconocieran lo grave de prohibirle a los alumnos usar su propio criterio y tomarlo en serio para analizar su realidad presente. Pero en un país en donde matan al menos diez mujeres al día, entender por qué está pasando eso debería ser una prioridad, y no solo para los filósofos. Lo deberían entender sobre todo, las mujeres, porque somos las más vulnerables. Difícilmente vamos a lograr hacer cambiar unas condiciones que ni siquiera comprendemos, que nos son totalmente ajenas aunque las tengamos en nuestras narices. Y esto vale hasta para las mujeres entre comillas protegidas, las que están en lugares menos mortíferos del país, las que están en más posibilidades de elaborar una crítica a esas condiciones “inexplicablemente mortíferas” que solo son mortíferas e inexplicables si nos mantienen a todas en la ignorancia, en la ignorancia de las condiciones de nuestra propia vida y nuestra propia muerte.

Vistas así las cosas, queda más claro por qué es urgente que las mujeres logremos superar nuestro estatus de objetos y de víctimas impotentes creándonos como sujetos de conocimiento que enuncian y articulan una crítica a los propios instrumentos de conocimiento con los que nos están matando, anulando, censurando, ninguneando, explotando, marginando, excluyendo, y por supuesto, negando que nos lo están haciendo.

Esta crítica se ha venido haciendo en México lentamente, de una manera consciente y sistemática tal vez desde la década de los setentas o poco antes. Una de las pioneras de nuestro país fue una escritora, Alaide Foppa, profesora de la Facultad de Filosofía y Letras, una de las primeras feministas mexicanas (y guatemaltecas) que vio la urgencia de generar espacios de reflexión femeninos que desarrollaran una visión propia, producida por las mujeres, de su propia condición, tanto la histórica como la actual. Ella fundó la revista Fem, la primera revista feminista en Latinoamérica, que reunía escritos de feministas de todo el mundo. Ahí lo que se proponía era una visión propia de la realidad y una revaloración de las experiencias y de las actividades poco valoradas vividas o realizadas por mujeres. Foppa rescató en su programa de radio El foro de la mujer, los testimonios de las mujeres de todas las clases sociales, entrevistó y le dio voz a las mujeres indígenas y a las que fueron violadas por la dictadura militar de Romeo Lucas García en Guatemala, hasta que su activismo le costó la vida y la torturaron a muerte cuando fue a Guatemala a visitar a su mamá. No hay mejor forma de amedrentamiento para una mujer pensadora que el asesinato, sobre todo porque las que quedan vivas se dan cuenta de que el mensaje va para ellas.

Entre tantas otras cosas, Alaíde Foppa fue importante por ser una portavoz, por el valor y el reconocimiento que le dio a las voces de las mujeres marginadas, que no habían tenido en ningún espacio social, la oportunidad de ser escuchadas. Tanto tiempo nos tardamos en llegar las mujeres de a pie a la literatura occidental, en convertirnos en figuras centrales y protagónicas, que nos era ajeno hasta el ámbito de la imaginación literaria, en donde no tuvimos ni voz ni voto hasta el siglo XIX. Nunca representábamos, siempre éramos representadas, y además por autores masculinos. Virginia Woolf, Doris Lessing, Simone de Beauvoir, Clarice Lispector entre otras fueron de las primeras novelistas en atreverse a presentar protagonistas femeninas atípicas, que no se ajustaban al modelo de mujer tradicional que era esclava del tipo de comportamientos sumisos e irreflexivos que le habían dicho que debía encarnar en la época victoriana. Y nosotras, hasta antes de los sesentas, no nos dimos cuenta de la violencia de la apropiación de nuestras historias y de nuestras perspectivas, el que siempre quisieran estar hablando por nosotras los escritores masculinos, los filósofos europeos, los intelectuales latinoamericanos y una larga lista de colectivos de personas e individuos que creen tener más conocimiento de nosotras que nosotras mismas. Hasta hoy lo creen.

Durante siglos, las mujeres nos hemos suscrito a una visión alienada de nosotros mismas, en la que tácitamente hemos aceptado que valemos menos que los hombres, según los propios criterios de los hombres (como por ejemplo, la edad, que, fíjense qué raro, no les pesa igual a ambos sexos). Muy adentro de nosotras, hasta las más feministas seguimos creyendo en la manera en que el patriarcado nos clasifica. Por más que digamos que no; sentimos que hay un problema si alguien nos tilda de gordas, feas, viejas, frígidas, calientes, histéricas, taradas, putas, vírgenes, perras y toda la serie de etiquetas dolorosas que seguimos aceptando a pesar de que las odiemos. De esta manera, nos encontramos siempre en desventaja porque somos esclavas de estándares que ni siquiera nosotros creamos para nosotras, para servir a nuestros propios intereses. Lo que muestra la razón que tenía Bourdieu al decir que hemos interiorizado las categorías de nuestros dominadores como perspectiva de mundo.

Si no creyéramos en estos insultos, nos reiríamos de ellos. Pero al menos en México, hay toda una mística de la solemnidad que rodea a estas palabras. Puta es una palabra que sólo es ligera si se profiere en un bar o una fiesta. Pero si alguien la dice sobrio, es de esas blasfemias que desencadenan el silencio en una sala, o hasta en un camión o un consultorio. Y ni qué decir de la acidez quemante de las palabras vieja o gorda, que duelen aún a las jóvenes, aún a las delgadas. El terror en el que estas palabras tabú nos sumen es tal que hemos creado eufemismos para sustituirlas sin que esas mismas palabras, al aplicarse a los hombres, puedan tener un efecto tan devastador. Y es que ellos no se deprecian tan fácilmente como nosotras. Sabemos lo poco que valemos en el mercado sexual, y en vez de cambiar los términos de ese violento mercado que no creamos nosotras, y en el que no somos más que símbolos y víctimas enceguecidas, tratamos desesperadamente de no envejecer, no engordar, no afearnos, para valer aunque sea un poquito por nuestros atributos, por lo que no tenemos.

Es difícil, pero sería menos desventajoso para nosotras no dejar que nuestra sociedad ejerciera esta dominación ideológica sobre nosotras por medio del lenguaje. Organizar foros de mujeres (siempre y cuando estén desmachizadas, porque si no da lo mismo) como el que organizó la misma Alaíde Foppa en los ochentas en Radio UNAM, o el Seminario de la mujer, que Foppa inauguró en la Facultad de Ciencias Políticas de la UNAM, grupos de matronazgo (lo acabo de inventar) intelectual en donde las expertas crearan sus propios sistemas de valores y formas de autovaloración independientes de los masculinos. Porque imagínense, si no podemos crear ni siquiera nuestras propias categorías para pensarnos, pueden violentarnos de las maneras más inhumanas con toda la impunidad que les proporcionan sus justificaciones teóricas a conveniencia y todavía exigirnos que les pidamos perdón, como en el caso de las mujeres violadas que van al ministerio público.

Es por ello que el feminismo es una visión del mundo tan transformadora, porque es la única herramienta intelectual creada por nosotras las mujeres para defendernos. De ahí salió esta forma de conocimiento y por eso tardó tanto tiempo en desarrollarse, porque todas las sociedades androcéntricas trataron de hacer lo posible por evitar que la casta inferior de sus esclavas se les rebelara. Y frenaron por siglos la disidencia, la posibilidad de las mujeres de que su queja se convirtiera en algo más poderoso. Sin embargo, aunque lo han retardado, no han podido impedir que el feminismo transformara las condiciones de vida de una gran parte de la humanidad, y por eso hay tanta gente interesada en que esta forma de conocimiento no se propague, para que la mayor parte de las mujeres del planeta siga viviendo ‘felizmente’ en condiciones subhumanas. El problema (para ellos) es que cada vez menos mujeres son felices en su cautiverio, se vuelve cada día más evidente que no queremos esa realidad para nosotras. Además, tratar de impedir que las mujeres se vuelvan feministas es tan dañino como tratar de impedir que los niños aprendan a leer en un mundo que requiere este conocimiento para sobrevivir. Es así de elemental esta interpretación del mundo. Por eso la actual es una lucha tan revolucionaria y amenazadora para todos los que quieren que las brutales desigualdades entre los géneros se preserven, y sobre todo tan necesaria en un país tan misógino como México. A quien todavía no se dé cuenta (filósofo o no) de que defender la posibilidad de un discurso crítico y autónomo, en este caso el feminista, es defender la propia vida si uno es mujer y vive en México; lo invito a que pase una temporada en las partes más feminicidas de Edomex y se disfrace de mujer. A ver si su discurso antifeminista aguanta la prueba de la experiencia. A ver si sale vivo.

Violeta Orozco Es poeta y escritora bilingüe, traductora e investigadora. estudió FILOSOFÍA Y LETRAS INGLESAS en LA UNAM. es MAESTRA EN LENGUA Y LITERATURA HISPÁNICAS POR OHIO UNIVERSITY. ACTUALMENTE REALIZA EL DOCTORADO EN HISPANIC LITERATURE AND CULTURE EN RUTGERS UNIVERSITY, EN DONDE INVESTIGA POESÍA Y PERFORMANCE FEMINISTAS DE CHICANAS Y MEXICANAS, DA CLASES Y TRADUCE POETAS NORTEAMERICANAS. es Autora de “El cuarto de la luna” (Literal, 2020).
Ganó en México el Premio Nacional Universitario de Poesía José Emilio Pacheco en 2014 y el segundo lugar en el Concurso de Poesía en voz alta de Casa del Lago, 2014.

Publicado por speakup3106

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