Por Sharún Gonzáles Matute
Cada vez que alguien hace explícitos sus estereotipos o prejuicios raciales, el debate sobre quién o qué es racismo se reaviva en el Perú. Por años, la respuesta solía ser “no es racismo, son ellos los acomplejados”. Ha costado muchos años de trabajo y visibilización que ahora siquiera exista una respuesta políticamente correcta frente a actitudes flagrantes de discriminación racial. La indignación frente a las publicaciones de la surfista peruana Vania Torres Olivieri en redes sociales es un ejemplo de cuánto hemos avanzado y cuánto nos falta por recorrer.
Torres difundió una representación de un personaje teatral creado por ella misma que pretendía ser una mujer indígena, oscureciendo la tez de su rostro con maquillaje para simular un tono más oscuro que el suyo. La caracterización incluía arrugas, comisuras de los labios inclinadas hacia abajo, dos trenzas con canas y algunos gestos faciales exagerados. Para completar, Torres también afinó detalles de la vestimenta del personaje con una chompa cuello alto gris, y un manto sobre la espalda atado en el pecho.

Si esta descripción suena familiar a quien la lea, probablemente sea por la caracterización de la Paisana Jacinta por Jorge Benavides. Organizaciones indígenas como CHIRAPAQ han impulsado el retiro de ese programa desde el 2001, sin apoyo de la sociedad en general. Si bien un sector de la población considera que el humor de Jorge Benavides no es discriminatorio, un análisis de contenido por Susana de los Heros desentrañó el rasgo discriminatorio de tal representación humorística. Por coincidencia, la representación de Vania Torres ha levantado bandos similares: quienes la acusan de racista y quienes la excusan mediante la libertad de expresión, el arte y el desconocimiento.
Es impresionante cómo en el lapso de una década, estallido de redes sociales de por medio, la sociedad peruana ha pasado de negar rotundamente el racismo a hacer severas acusaciones del mismo. Decir que alguien es racista es una forma de parecer progresista en un contexto que continúa reproduciendo el racismo en el cotidiano. Es también una forma de sancionar la flagrancia del racismo, sin cuestionar sus raíces y causas, sin autocrítica.

El racismo se basa en la idea de que las razas existen y que las personas pueden ser clasificadas racialmente. Siguiendo rasgos físicos, principalmente, el racismo solidifica la ilusión que las y los humanos pueden ser clasificados en grupos discretos, muy separados unos de otros. Los estereotipos étnicos y raciales contribuyen a construir la idea de diferencias infranqueables entre humanos que son, en realidad, genéticamente similares.
La representación hecha por Vania Torres es claramente estereotipada y racializada. Ser mujer indígena es más que el color de tez, los rasgos faciales, las trenzas y la vestimenta, pero así es como ha sido definida racialmente en el imaginario racista peruano. Representarlas de esa forma contribuye a que el racismo siga existiendo en nuestra sociedad. Pero el racismo no es un atributo individual.
El sociólogo Eduardo Bonilla Silva explica que el racismo es un problema de poder, de estructura o red de relaciones sociales en diferentes niveles como el sociopolítico, económico e ideológico que da forma a las oportunidades en la vida de las personas de distintos grupos raciales. Como estructura, el racismo necesita de personas para transportar la ideología racial que lo avala. Esta distinción es importante dado que el racismo no es una característica individual sino sistemática y estructural. En el Perú, alguien puede representar a las mujeres indígenas de esa manera porque el racismo existe estructuralmente en otros niveles como la educación, el empleo, la salud, los medios de comunicación, las instituciones estatales.

¿Por qué decimos que Vania Torres no es racista?
Vania Torres no es racista en el sentido individual, aunque ciertamente sus acciones replican ese racismo estructural. Ya que el racismo es un sistema compuesto por ideas, instituciones, leyes, prácticas cotidianas, sería más acertado decir que Vania Torres participa del racismo sistémico. Su participación, como para la mayoría de los peruanos y peruanas, sucede sin que ella si quiera se entere de cómo la estructura en la que ha crecido naturaliza los aspectos racistas de su comportamiento. Cuando culpamos a una sola persona de ser racista en sociedades como la nuestra, soslayamos el hecho que todas y todos participamos en la construcción y reproducción del racismo. Nuestro rol puede ser activo, cuando nos reímos de un chiste con prejuicios racistas, o pasivo cuando no cuestionamos el sentido común sobre las desigualdades raciales a nuestro alrededor. Es peligroso etiquetar a alguien como racista en un contexto lleno de complicidad, donde el racismo no es un hecho anecdótico sino una constante en el día a día de las personas racializadas.
La sanción a las actitudes de Torres fue ante todo moral. Como con otras acciones consideradas inmorales en la sociedad limeña, lo bochornoso de Torres no es que ella piense de esa manera, sino que lo haga explícito y público. Por eso, porque era un juicio moral, la deportista pidió disculpas públicas aludiendo sus buenas intenciones y sus valores. Pero el racismo no es una cuestión moral y amerita más que disculpas. Cuando entendido como una cuestión moral, en lugar de un fenómeno político, económico, social y cultural, el racismo aparece como un factor que separa los buenos de los malos. La sanción moral señala con el dedo acusador a quien es racista, como si el resto no participara en el problema. Así, quedan invisibilizadas las condiciones que posibilitan una expresión racista en primer lugar. Podemos comenzar por preguntarnos cómo aprendimos que podemos disfrazarnos de mujeres indígenas o de dónde sale que las mujeres indígenas se ven y se comportan de esa manera [1]. Estas definitivamente no son ideas creadas originalmente por Torres, sino arrastrados por siglos de colonialismo y explotación.
Además de disculpas, erradicar el racismo implica reconocer sus trazos dentro de nosotros mismos. En palabras de Victoria Santa Cruz, “que no me diga nadie que no es racista antes de serlo, hay que serlo primero”. El racismo es la regla, la configuración por default, no un asunto de buenas o malas intenciones. Para cambiar esto, necesitamos nuevas leyes, instituciones, y reformas, pero sobre todo identificar en el cotidiano las expresiones de un sistema racista que arrastramos por siglos. Si ya entendimos que el racismo es un problema, hagámoslo nuestro problema para comenzar a resolverlo. La autocrítica es clave en este proceso.
[1] Al respecto recomiendo el trabajo de Deborah Poole, Visión, raza y modernidad: una economía visual del mundo andino de imágenes (1997).

[Actualización: Agosto 22, 2020 tras el debate generado en torno a este texto]
Este artículo tuvo como objetivo llevar la discusión hacia el sentido estructural y sistémico del racismo, además de hacer visible la complicidad de la sociedad peruana con el mismo. En ese sentido, el título fue escrito provocativamente a propósito, para atraer la atención no sólo de lectores convencidos sino también de aquellos que aún dudan si el racismo existe o no en el Perú. El racismo en el Perú existe. Las representaciones estereotípicas de algunos grupos étnicos y raciales contribuyen a que se mantenga fuerte y sano.
Definitivamente, siempre hay algo que aclarar sobre el racismo. Más aún cuando se hacen afirmaciones categóricas. En este caso decir que Vania Torres no es racista es una motivación a la reflexión sobre aquellos que clasificamos como tal, y aquello que escapa nuestra sanción moral. No es una defensa a la acusada. Es una invitación a pensar más allá del hecho anecdótico e individual. ¿Qué va a pasar con el racismo en el Perú luego de que los responsables individuales sean sancionados? Seguiremos viviendo en un país que permite otras expresiones racistas como normales, naturales y hasta celebradas.
Ese punto se relaciona con la otra gran paradoja evidenciada en la discusión a partir de este artículo: ¿debemos responsabilizar a las personas o a las estructuras? La respuesta, desde mi perspectiva teórica y disciplinar, es que ambas son responsables porque una no existe una sin la otra. Las acciones individuales y las estructuras se retroalimentan. Por esa razón, el cambio estructural es posible a partir de cambios personales. El problema continúa siendo que el debate está en la existencia del racismo en lugar de qué vamos a hacer para solucionarlo. Pero continuaremos.
Sharún Gonzáles Matute es Magíster en Estudios Latinoamericanos y Magíster en Ciencia Política por la Universidad del Sur de la Florida (2020), con un certificado en Estudios de Mujer y Género, por la misma universidad. Licenciada en Periodismo por la PUCP, donde fundó colectivamente el Grupo Impulsor AfroPUCP en el 2012. Sharún ha sido miembro activa de diversas organizaciones y proyectos enfocados en la visibilización de poblaciones diversas y en la construcción de la ciudadanía con niños, niñas, adolescentes y mujeres afrodescendientes. Sus escritos forman parte de revistas académicas como Conexión (2019) y DPalenque (2019), y medios digitales como Afrofeminas, PuntoEdu y El Comercio.
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